José Artigas a la Junta Gubernativa del Paraguay, dándole cuenta de los acontecimientos de la insurrección oriental. Daymán, 7 de diciembre de 1811.
“Cuando los americanos de Buenos Aires proclamaron sus derechos, los de la Banda Oriental , animados de iguales sentimientos, por un encadenamiento de circunstancias desgraciadas, no solo no pudieron reclamarlas, pero hubieron de sufrir un yugo mas pesado que jamás. (…) Yo fui testigo, así de la bárbara opresión bajo que gemía toda la Banda Oriental , como de la constancia y virtudes de sus hijos, conocí los efectos que podía producir, y tuve la satisfacción de ofrecer al gobierno de Buenos Aires que llevaría el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo siempre que se concediese a estos ciudadanos auxilios de municiones y dinero. Cuando el tamaño de mi proposición podría acaso calificarla de gigantesca para aquellos que solo la conocían bajo mi palabra, yo esperaba todo de un gobierno popular que haría su mayor gloria en contribuir a la felicidad de sus hermanos, si la justicia, conveniencia é importancia del asunto pedía de otra parte el riesgo de un pequeño sacrificio que podría ser compensado con exceso. No me engañaron mis esperanzas, y el suceso fue prevenido por uno de aquellos extraordinarios, que rara vez favorecen los cálculos ajustados.
Un puñado de patriotas orientales, cansado ya de humillaciones, había decretado su libertad en la villa de Mercedes: llena la medida del sufrimiento por unos procedimientos los mas escandalosos del déspota que les oprimía, habían librado solo á sus brazos el triunfo de la justicia; y talvez hasta entonces no era ofrecido al templo del patriotismo un voto ni mas puro, ni mas glorioso, ni mas arriesgado: en él se tocaba sin remedio aquella terrible alternativa de vencer ó morir libres, y para huir este extremo, era preciso que los puñales de paisanos pasasen por encima de las bayonetas veteranas. Así se verificó prodigiosamente, y la primera voz de los vecinos orientales que llegó á Buenos Aires fue acompañada de la victoria del 28 de Febrero de 1811; día memorable. (…)
No eran los paisanos sueltos, ni aquellos que debían su existencia á su jornal o sueldo, los solos que se movían; vecinos establecidos, poseedores de buena suerte y de todas las comodidades que ofrece este suelo, eran los que se convertían repentinamente en soldados, los que abandonaban sus intereses, sus casas, sus familias; los que iban, acaso por primera vez, á presentar su vida á los riesgos de una guerra, los que dejaban acompañadas de un triste llanto á sus mujeres é hijos, en fin, los que sordos á la voz de naturaleza, oían solo la de la Patria. Este era el primer paso para su libertad. (…)
Los restos del ejército de Buenos Aires que retornaban de esa provincia feliz, fueron destinados á esta Banda, y llegaban a ella cuando los paisanos habían libertado ya su mayor parte, haciendo teatro de sus triunfos al Colla, Maldonado, Santa Teresa, San José y otros puntos: yo tuve entonces el honor de dirigir una división de ellos con solo doscientos cincuenta soldados veteranos, y llevando con ellos el terror y el espanto á los ministros de la tiranía, hasta las inmediaciones de Montevideo, se pudo lograr la memorable victoria del 18 de Mayo en los campos de las Piedras, donde mil patriotas armados en su mayor parte cuchillos enhastados vieron á sus pies novecientos sesenta soldados de las mejores tropas de Montevideo, perfectamente bien armados. (…)
Así nos vimos empeñados en un sitio cerca de cinco meses, en que mil y mil accidentes privaron de que se coronasen nuestros triunfos, á que las tropas estaban siempre preparadas. Los enemigos fueron batidos en todos los puntos y en sus repetidas salidas no recogieron otros frutos que una retirada vergonzosa (…)
Yo no sé si 4000 portugueses podrían prometerse alguna ventaja sobre nuestro ejército, cuando los ciudadanos que le componían habían redoblado su entusiasmo, y el patriotismo elevado los ánimos hasta un grado incalculable. Pero no habiéndoseles opuesto en tiempo una resistencia, esperándose siempre por momentos un refuerzo de 1400 hombres, y municiones que había ofrecido la Junta de Buenos Aires desde la primera noticia de la irrupción de los limítrofes, y habiéndose emprendido últimamente varias negociaciones con los jefes de Montevideo, nuestras operaciones se vieron como paralizadas á despecho de nuestras tropas; y las portuguesas casi sin oposición pisaron con pié sacrílego nuestro territorio hasta Maldonado.
En esta época desgraciada, el sabio gobierno de Buenos Aires creyendo de necesidad retirar su ejército con el doble objeto de salvarle de los peligros que ofrecía nuestra situación y de atender a las necesidades de otras provincias. (…)
A consecuencia de esto fue congregada la Asamblea de los ciudadanos por el mismo jefe auxiliador, y sostenida por ellos mismos y el Exmo. señor Representante, siendo el resultado de ella asegurar estos dignos hijos de la libertad, que sus puñales eran única alternativa que ofrecían al no vencer: que se levantase el sitio de Montevideo, sólo con el objeto de tomar una posición militar más ventajosa. (…)
Verificado esto, emprendieron su marcha los auxiliadores desde el Arroyo Grande para embarcarse en el Sauce con dirección á Buenos Aires y poco después emprendí yo la mía hacia el punto que se me había destinado. Yo no seré capaz de dar a V.S. una idea del cuadro que presenta al mundo la Banda Oriental desde ese momento: la sangre que cubría las armas de sus bravos hijos, recordó las grandes proezas que, continuadas por muy poco mas, habrían puesto fin á sus trabajos y sellado el principio de la felicidad mas pura: llenos todos de esta memoria, oyen solo la voz de su libertad, y unidos en masa marchan cargados de sus tiernas familias á esperar mejor proporción para volver á sus antiguas operaciones: yo no he perdonado medio alguno de contener el digno transporte de un entusiasmo tal; pero la inmediación de las tropas portuguesas diseminadas por toda la campaña, que lejos de retirarse con arreglo al tratado, se acercan y fortifican mas y mas; y la poca seguridad que fían sobre la palabra del señor Elio á este respecto, les anima de nuevo, y determinados á no permitir jamás que su suelo sea entregado impunemente á un extranjero, destinan todos los instantes á reiterar la protesta de no dejar las armas de la mano hasta que él no haya evacuado el país, y puedan ellos gozar una libertad por la que vieron derramar la sangre de sus hijos recibiendo con valor su postrer aliento. Ellos lo han resuelto, y ya veo que van a verificarlo: cada día miro con admiración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia: unos quemando sus casas y los muebles que no podían conducir, otros caminando leguas á pié por falta de auxilios, ó por haber consumido sus cabalgaduras en el servicio: mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha, manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las privaciones.”
(Extraído de Reyes Abadie, Bruschera, Melogno. “El ciclo artiguista. Tomo I.” Montevideo. Medina. 1951.)